miércoles, 16 de enero de 2013

Mi bisabuelo

Habíamos puesto a secar bajo la sombra de un olmo las estanterías de la habitación de mi bisabuelo. Eran de una madera oscura, como impregnada de tiempo y polvo, había envejecido con la casa y ahora después de catorce manguerazos no parecía nada mejorada, aunque con una notable hidratación entre las virutas del contrachapado. Mi bisabuelo de joven siempre trató de impresionar a las damas muy a su manera. Más de una vez logró mandar por los aires un carrito de supermercado mediante diversas e ingeniosas ideas. Una de mis preferidas siempre fue la de montarse en él y tirarse montaña abajo por entre los pedregales más agrestes y los bosques más frondosos; y si bien por el impulso de la caída, los baches inevitables o la magia de algún hada maligna, el carro solía estrellarse contra algún árbol y mi bisabuelo tenía la mala costumbre de descalabrarse cada vez, o de romperse una pierna. Era todo un figura, apenas pasaban dos días y fingía no recordar nada del accidente, para salir de nuevo a la calle a repetir su hazaña. Una vez, me contó mi padre, que en su centésimo segundo cumpleaños le regalaron una bañera bien llena de agua, con ciento dos velas flotando en llamas, como los cadáveres de una catástrofe marítima y mi bisabuelo, sin el más mínimo ápice de decoro, ni en sus acciones ni en la expresión de su cara, se desnudó, viejo como estaba, y se metió en la bañera, lo cual causó que le ardieran los pelos de la cabeza y que sus tres hermanas, castas y puras, murieran de intoxicación por ingerir cera fundida en mal estado.
Otra de las cosas reseñables acerca de mi bisabuelo era su afición a los zapatos. Hacía zapatos con cualquier cosa. Yo nunca llegué a ver ninguno de sus originales diseños, pero los más viejos del pueblo hablan del tipo formidable de calzado que montaba mi bisabuelo. Hacía zapatos con pomos de puertas, con botes de conservas e incluso con terrones de azúcar. Hay quien afirma haberle visto caminar hacia el pozo con un cubo en cada pie y una señora en la cabeza. 

Pero si queréis oír hablar de gente peculiar, para extravagante mi primo Ernesto. Pero de él y de su costumbre de montar peleas clandestinas de ventiladores os hablaré otro día.

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