jueves, 31 de enero de 2013

Apoyo mútuo

- Siempre haces lo mismo.
 - Ya me duelen las muelas de tanto hablar, podrías callarte un poco.
 - Mira que cómodo. Cuando no te interesa el tema pretendes que apacigüe mi labia como un cubo de agua fría sobre un saco lleno de gatos en llamas.
- No es eso, he tenido un día largo y estoy cansado. Hoy han venido trece macetas a quejarse del alto contenido nítrico de los sustratos que les vendimos y al menos dos ancianas han intentado devolver sus lagartos.

 Ella no supo que contestarme. Sabía que tenía un trabajo difícil pero no pensaba que fuera como para deprimirme de aquella manera.

 - Yo se lo que te animará.

 Se puso encima de mi y comenzó a besarme suavemente en el cuello. Poco a poco me fue acariciando el pecho y sus labios se deslizaron por mi abdomen. Sin previo aviso, sus dedos, traviesos, me desabrocharon el pantalón y ella levantó la mirada llena de lujuria para provocarme. Sabe que me encanta cuando hace eso. Nos miramos por un instante y la besé. Fue un beso largo y lleno de lengua. Volvimos a mirarnos en uno de esos instantes eternos de los que hablan las novelas románticas. De nuevo sus manos se escurrían por entre mis piernas y me quitó los recién desabrochados pantalones. Se los ató al cuello, se aproximó a la ventana, la abrió y salió volando.

sábado, 19 de enero de 2013

La nuit du Nesquik

Aqui traigo, de la mano del grupo TheBeeTeam, algo que os hará replantearos vuestra propia existencia. Por si creíais que lo habíais visto todo.

miércoles, 16 de enero de 2013

Tompadillas Darrubo 02

Mi bisabuelo

Habíamos puesto a secar bajo la sombra de un olmo las estanterías de la habitación de mi bisabuelo. Eran de una madera oscura, como impregnada de tiempo y polvo, había envejecido con la casa y ahora después de catorce manguerazos no parecía nada mejorada, aunque con una notable hidratación entre las virutas del contrachapado. Mi bisabuelo de joven siempre trató de impresionar a las damas muy a su manera. Más de una vez logró mandar por los aires un carrito de supermercado mediante diversas e ingeniosas ideas. Una de mis preferidas siempre fue la de montarse en él y tirarse montaña abajo por entre los pedregales más agrestes y los bosques más frondosos; y si bien por el impulso de la caída, los baches inevitables o la magia de algún hada maligna, el carro solía estrellarse contra algún árbol y mi bisabuelo tenía la mala costumbre de descalabrarse cada vez, o de romperse una pierna. Era todo un figura, apenas pasaban dos días y fingía no recordar nada del accidente, para salir de nuevo a la calle a repetir su hazaña. Una vez, me contó mi padre, que en su centésimo segundo cumpleaños le regalaron una bañera bien llena de agua, con ciento dos velas flotando en llamas, como los cadáveres de una catástrofe marítima y mi bisabuelo, sin el más mínimo ápice de decoro, ni en sus acciones ni en la expresión de su cara, se desnudó, viejo como estaba, y se metió en la bañera, lo cual causó que le ardieran los pelos de la cabeza y que sus tres hermanas, castas y puras, murieran de intoxicación por ingerir cera fundida en mal estado.
Otra de las cosas reseñables acerca de mi bisabuelo era su afición a los zapatos. Hacía zapatos con cualquier cosa. Yo nunca llegué a ver ninguno de sus originales diseños, pero los más viejos del pueblo hablan del tipo formidable de calzado que montaba mi bisabuelo. Hacía zapatos con pomos de puertas, con botes de conservas e incluso con terrones de azúcar. Hay quien afirma haberle visto caminar hacia el pozo con un cubo en cada pie y una señora en la cabeza. 

Pero si queréis oír hablar de gente peculiar, para extravagante mi primo Ernesto. Pero de él y de su costumbre de montar peleas clandestinas de ventiladores os hablaré otro día.

sábado, 12 de enero de 2013

Un sueño escatológico

El sueño me da ganas de dormir, así que me cortaré una mano e iré a visitar a mis tíos, que viven en una linda casita en el campo, rodeadas de vastas praderas, campos de cultivo y montañas rocosas. Podré descansar, dar paseos por la naturaleza y darme baños de aire limpio. Hay también un lago por la zona y ahora que empieza el buen tiempo podré darme refrescantes baños.

Esta tarde en el cine tenía un hambre tremenda, me he comido todas mis palomitas (un individual bote gigante). La película trataba de unos espectadores que iban al cine a ver un coche atropellando bolígrafos. He necesitado una lata de refresco para que el perro que vive en mi duoden no muriera por embotamiento cerebral.

Al salir me he dirigido a la tienda de ropa de mi amiga de la infancia. He comprado unos bonitos pendientes para poder perderlos en algún cajón, que los pueda encontrar mi novia y discutamos sobre la procedencia de los mismos. Así perderemos el aburrimiento de la rutina en la que se ha convertido nuestras vidas y podremos celebrar nuestra reconciliación con el magnífico sexo que solíamos tener antes de que comenzáramos a distanciarnos a causa de las máquinas hidráulicas, que nadie sabe lo que son, pero solo de oir hablar de ellas ya entran ganas de acudir rápidamente a algún lugar en que se pueda defecar.

lunes, 7 de enero de 2013

Una noche...

Hambre. Perruna. Hambruna. Corría el año 1932 y la vieja Londres estaba sumida en un absoluto caos y desenfreno. Desde que comenzara el debate que dividió al país en dos grandes bandos y la guerra defenestrase los antiguos edificios de la metropoli, Londres había cambiado por completo su apariencia. La gente enfrentada en las calles, lugares y vehículos volcados y ardiendo, caldeando el frío nocturno de numerosos ciudadanos que habitaban las calles en ausencia de sus antiguos hogares ahora reducidos a cenizas o escombros. En las ruinas de una casa perteneciente a una de las mejores familias de la city, en el número 79 de la calle Gorberg, en el lado sur de la ciudad, se escondían formando y organizando a un grupo de gente más activa en el bando de los lunes precediendo a los martes. Allí se encontraban Robert y Adeleide Weggins, dos hermanos de sangre noble, que supieron ver que era momento de limar asperezas y olvidar lo que antaño fueran las clases sociales que dividieron al pueblo sin más pretexto ni razón que el de hacerlo más débil.

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Una noche oscura, terriblemente húmeda, caminaba por asfalto, la humanidad ya había depositado su legado sobre aquel suelo arcilloso que se ocultaba bajo la oscura mancha alquitranada, sentía como movimiento detrás de mi, oía sombras que se movían entre los arbustos que rodeaban el camino, veía pisadas distantes como las estrellas en el firmamento. Un tanto asustado caminé raudo por aquel camino sin principio ni fin. Cuando de pronto, bañando el reflejo del suelo húmedo, me topé con el resplandor de una luz amarillenta, posiblemente de un farol. Me aproximé al que supuse el origen de aquella cantidad de fotones, para encontrarme de vuelta en el pueblo del que partiera primeramente dos noches atrás. Aliviado por reconocer un lugar que me era amistoso a la vista y amable al corazón, caminé sin rumbo por entre las calladas calles iluminadas silenciosamente por sus permanentes faroles metálicas, dando un soplo de vida a las muertas casitas adornadas con la noche. Todo era silencio, la localidad dormía. Las vías, apagadas, soñolientas, aguardaban impacientes al primer tren de la mañana. De pronto, no podía ser, reconocí en la distancia el sonoro graznido de una bocina de tren, oí el aullido silbante del vapor saliendo de la potente máquina de 50 CV. Asombrado me acerqué hasta el andén para observar como el tren llegaba a su estación, decorándolo todo de una espesa niebla blanquecina, y se detenía escandalosamente en el andén. Se abrieron las puertas y una ingente cantidad de parloteantes humanos se deslizaron por el andén. Unos pretendían colocar puestos de comida, artilugios y baratijas varias. Los otros, curiosos, sin cesar el zumbido de su charla estridente, revisaban rápido con la mirada casi perdida pero atenta a cada racimo de uva, figura de buda o sortija de oro blanco que reposara sobre los puestos de madera. Habían, tiempo atrás, olvidado realizar sus acciones independientemente a lo que necesitaran, pasando a generar ellos mismos la necesidad para poder darse el placer de satisfacerla, en un intento vano de llenar sus vacías e insulsas vidas de humanos corrientes. Y mientras tanto, en un escándalo de negociaciones, encuentros fortuitos con ensordecedores saludos y muestras de alegría y llamadas de atención a ladronzuelos sin decoro, la ciudad permanecía dormida, impasible, sin reacción alguna o amago de interés a lo que sucedía en las calles. La vida corría, con su verdad oculta a ojos de todos, pero que nadie se molestaba en mirar, preferían ignorarla y seguir calentitos, dormidos, negándose a escuchar ese secreto a voces. Y así, la noche se tiñó del velo del desconocimiento y la felicidad, que teñía la vida de todos ellos de un color fantástico que fingía presentarles a todos el dulce sabor de la fantasía suprema de la felicidad real, cosa que probablemente no conocerían nunca.

sábado, 5 de enero de 2013

Ambigüedad - Día 2


Cada vez que tenía una visita su perro se convertía en un bote de lápices. El problema era que olvidaba como comportarse y podía verlo subido a una estantería fingiendo ser un libro. Lo último que recordaba era estar cómodamente sentado en el sofá de casa y tropezar con un aguacate amarillo y alargado. Ahora estaba con la cara hundida en el barro y no sabía si levantarse, por si se moría. Finalmente decidió dejar de cortarse el pelo, porque ser calvo ya era bastante problema y tras el paso del tiempo ninguna camisa le valdría y por ello se peleará con su dibujante. Todo terminará fatal y a él le borrarán las piernas por lo que caerá sin parar durante días. Tanto que al final olvidará su miedo por lo que hay abajo y sin darse cuenta morirá devorado por un cacahuete. Dicho y hecho, cogió un libro y empezó a comerse los bordes.

No era algo que esperara hacer una lluviosa mañana como aquella, pero le dijeron que si se disfrazaba de gallina y se dedicaba a cruzar las carreteras atraería la atención, las dudas ylas preguntas de la gente. Nada mas lejos de la realidad, al final tubo que agarrarse a una avispa para no salir volando y terminó viviendo en la casa de enfrente. Dos días, tres meses y cuatro minutos después era vecino de si mismo. En el sótano destilaban tiempo, lo hacían clandestinamente, falsificado, y lo vendían en el mercado negro. Por ello contrataron a alguien que averiguara qué hora era. El problema radicaba en que a cada instante tenía que volver a intentarlo por que los macarrones se le escapaban entre los dedos de las manos.

Abrí los ojos. Todo aquello había sido demasiado extraño. Alguien hablaba en la lejanía mientras mi mirada trataba de enfocarse en algo. Sentía como la cabeza me estallaba de dolor y un cálido derramarse líquido me acariciaba la mejilla. Un señor hablaba ante mi persona jadeante, atada a una silla y babeando, medio idiota por los golpes que había recibido en la cabeza. Habría sido de mala educación interrumpir a aquel hombre mientras hablaba, así que esperé a que terminara de contarme los beneficios que iban a reportarle mi muerte, mientras los amigos del hablador caballero me manchaban los zapatos con cemento. Yo sin rechistar, y ellos, cuando ya por fin me llegaba el turno de hablar, me arrojaron al río.

viernes, 4 de enero de 2013

La señora de la limpieza


- Notaba el sabor del acero en la boca. Era un sabor metálico que casi me recorría el cuerpo; o tal vez lo que me recorría el cuerpo eran solo los nervios, o el sudor empapándome todo el cuerpo. O tal vez lo de las piernas era orina bajándome discretamente oculta bajo el pantalón. 

Lo único que se seguro es que aquel tipo se cansó de verme tiritar, apretó el gatillo y sentí la bala destrozándome el paladar, atravesándome el cerebro y saliendo por la parte trasera de mi cabeza, manchando la alfombra, la pared y el techo de sangre. Verás. Pobre del que tenga que limpiarlo.