sábado, 5 de enero de 2013

Ambigüedad - Día 2


Cada vez que tenía una visita su perro se convertía en un bote de lápices. El problema era que olvidaba como comportarse y podía verlo subido a una estantería fingiendo ser un libro. Lo último que recordaba era estar cómodamente sentado en el sofá de casa y tropezar con un aguacate amarillo y alargado. Ahora estaba con la cara hundida en el barro y no sabía si levantarse, por si se moría. Finalmente decidió dejar de cortarse el pelo, porque ser calvo ya era bastante problema y tras el paso del tiempo ninguna camisa le valdría y por ello se peleará con su dibujante. Todo terminará fatal y a él le borrarán las piernas por lo que caerá sin parar durante días. Tanto que al final olvidará su miedo por lo que hay abajo y sin darse cuenta morirá devorado por un cacahuete. Dicho y hecho, cogió un libro y empezó a comerse los bordes.

No era algo que esperara hacer una lluviosa mañana como aquella, pero le dijeron que si se disfrazaba de gallina y se dedicaba a cruzar las carreteras atraería la atención, las dudas ylas preguntas de la gente. Nada mas lejos de la realidad, al final tubo que agarrarse a una avispa para no salir volando y terminó viviendo en la casa de enfrente. Dos días, tres meses y cuatro minutos después era vecino de si mismo. En el sótano destilaban tiempo, lo hacían clandestinamente, falsificado, y lo vendían en el mercado negro. Por ello contrataron a alguien que averiguara qué hora era. El problema radicaba en que a cada instante tenía que volver a intentarlo por que los macarrones se le escapaban entre los dedos de las manos.

Abrí los ojos. Todo aquello había sido demasiado extraño. Alguien hablaba en la lejanía mientras mi mirada trataba de enfocarse en algo. Sentía como la cabeza me estallaba de dolor y un cálido derramarse líquido me acariciaba la mejilla. Un señor hablaba ante mi persona jadeante, atada a una silla y babeando, medio idiota por los golpes que había recibido en la cabeza. Habría sido de mala educación interrumpir a aquel hombre mientras hablaba, así que esperé a que terminara de contarme los beneficios que iban a reportarle mi muerte, mientras los amigos del hablador caballero me manchaban los zapatos con cemento. Yo sin rechistar, y ellos, cuando ya por fin me llegaba el turno de hablar, me arrojaron al río.

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