miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ambigüedad - Día 1

Caminaba tambaleándose por un callejón oscuro y sucio. A su derecha, la puerta trasera de un prostíbulo iluminada levemente por un foco de luz amarillenta que parpadeaba por alguna clase de fallo eléctrico. Bajo sus pies iban pasando sucesivamente pedazos de basura, animales muertos y sumideros humeantes. Salió de aquel callejón y su bizca mirada se posó con esfuerzo sobre un pequeño gato que había subido en una farola delante de él. Trató de atraparlo trepando por la farola, pero una vez hubo llegado arriba se percató de que no era un gato, sino una bufanda amarilla. Se dejó caer y quedó tendido en el suelo con la mirada puesta en el cielo.

Poco después notó que algunas gotas le caían en la frente. Abrió los ojos y vio que el techo estaba sangrando de nuevo. Desde que lo apuñalara un mes atrás el techo tenía la costumbre de sangrar a partir de las 3 a.m. Se apartó de aquel charco rojizo y se tumbó en la mesa grande, junto a la taza de café que le miraba amenazante. Pero ante la persistencia de ignorar su mirada inquisitiva, la taza se vio obligada a golpearle con la cuchara en un ojo. Un enano con una bandeja y un reloj se bebió sin decoro ni reparo alguno los sesos de aquella pobre tacita y saltó por la ventana gritando "¡¡Gustaaaa!!".

Salió del contenedor dejando tras de si un horrible hedor a flores silvestres. Pero hizo mal, pues allí le esperaban las pelucas, todas ellas en batalla campal. Seguido por una ola de pelo amoroso huyó de aquella piscina en su monociclo. No fue culpa suya, nadie dijo que lo fuera, pero durante un instante echó la vista atrás, fueron tan solo dos segundos, pero bastaron para atropellar a aquel pobre pingüino. La trágica escena mató al animalillo de pena, no pudo soportar algo tan horrible y sus plumas se marcharon indignadas. Con un mazo machacó el cadáver para diluirlo con el suelo y no dejar prueba alguna del delito.

Despertó empapado en sudor. Había tenido un sueño rarísimo... Miró el reloj y se sobresaltó al ver lo tarde que era. Tenía el tiempo justo de salir corriendo y buscar un Taxi que le llevase. Apenas cinco minutos después entraba al taxi casi gritando "¡Rápido! ¡A la calle Martín Benzina!" el conductor, como si acabara de despertar por los agitados y recientes acontecimientos, pisó el acelerador a fondo y comenzó a recorrer la ciudad a una velocidad de vértigo. Adelantando coches, zigzagueando, esquivando peatones por los pelos y otros con menos suerte murieron atropellados. El taxista conducía con una destreza que es difícil ver "Veo que sabe de que va" dijo, "Por supuesto, llevo 35 años en el gremio de taxistas y ya hace dos que me dejan conducir.", "Excelente, para un día como hoy con tanta prisa necesitaba a alguien experimentado como usted.", "Me alegro, y, quiero decirle que estoy encantado con su visita, hacía tiempo que nadie venía a verme", "No hay de que", "¿Sabe? Esta es una profesión muy solitaria, apenas te relacionas con la gente.", "Me hago cargo, siempre que puedo visito a los taxistas", "Es usted todo un caballero. Ya estamos llegando, como la dirección que dijo no existe le estoy llevando de nuevo al lugar donde le recogí", "No hay problema, es perfecto".

Bajó del taxi despidiéndose de aquel amable conductor y miró como se perdía entre el tráfico aquel abollado y bañado en sangre taxi. Subió a casa y se volvió a acostar.