martes, 8 de noviembre de 2011

Nestredock - Capítulo 2

Hacía mucho que no dormía en una cama. Por primera vez en mucho tiempo me encuentro verdaderamente descansado, pero aún así aquí sigo, no se que momento del día es, pero no me levanto, es agradable estar aquí tumbado, en esta habitación desconocida, mirando a la nada, con la luz que entra entre las raídas cortinas. Ahora podré ver con buena luz como es el exterior, las encinas del bosque que rodea la posada, el pozo que hay al final de un borroso sendero que se aleja desde el edificio, los establos con los caballos y los corrales con las ovejas y los cerdos. No debe haber ningún gallo, o le han mandado callar a la fuerza de hacerle ver que no tiene por que cantar.

Me levanto y me aseo. Abro las cortinas para dejar entrar más luz en la pequeña habitación. La ventana de mi cuarto da a la parte trasera de la posada, hacia el bosque de encinas. La luz del sol penetra por entre las hojas de los árboles más altos, y en el suelo hay algunos troncos talados recientemente, probablemente para reparar alguna parte de la casa o para hacer leña. Tal vez para los establos. Debe ser media mañana. Demasiado tarde para desayunar, pero demasiado pronto para comer. "Bajaré a tomar un café", pienso.

Después de mi café me dirijo hacia el afable dueño de la posada:

- He pensado en quedarme unos días, pero no tengo dinero para pagar, ¿hay algún lugar cerca donde pueda ganar algunas monedas?

- Aquí siempre hay trabajo que hacer, hijo, si lo que quieres es quedarte puedes hacer un par de cosas que necesito.

Como suponía, los árboles que hay en el suelo en la parte de atrás de la casa son para un nuevo corral; una de las cerdas está preñada y en breve la familia porcina crecerá en tres miembros y el redil donde se alojan actualmente está verdaderamente maltrecho. Tengo que transportar los troncos hasta un taller que hay junto a los establos y trabajar la madera para hacer las piezas necesarias (postes y tablones). Por ahora a trabajar, más tarde podré seguir escribiendo.

*-★-★-★-*

Posé mi mano sobre el pomo y lentamente lo giré. Muy despacio, comencé a tirar de la puerta hacia mi, temiendo que las bisagras chirriaran al girar. Era una puerta bastante pesada pero logré abrirla sin esfuerzos. Inmediatamente al otro lado de la puerta, me encontré con unas escaleras que descendían hacia una sala que se encontraba iluminada. Me asustó el pensar que allí abajo pudiera haber alguien y me descubriera, pero traté de convencerme de que no era posible, y la curiosidad me pudo. Comencé a bajar, sin hacer ningún ruido, sin prisa, pausadamente, tratando de escuchar cualquier cosa que no fuera mi respiración acelerada y que me indicara si podía haber algo a lo que temer. Me agaché para poder ver el interior de la sala antes de llegar a la parte más baja de la escalera. Era un habitáculo minúsculo, excesivamente angosto, con paredes y techo de un gris oscuro deprimente. Entré en la sala y el reducido espacio me agobió. Estaba acostumbrado a estar siempre encerrado, pero no en lugares tan estrechos. Había una pequeña mesita a la altura del reposabrazos de un sillón del mismo color que la puerta, que estaba a su derecha. Y a la izquierda del sillón, una lámpara de pie, encendida, que era la que iluminaba toda la sala. Si me hubiera sentado, habría quedado mirando hacia las escaleras por las que acababa de bajar. Estaba bastante decepcionado por lo que había allí. Mis expectativas eran mucho mayores, algo que justificara por qué me habían prohibido la entrada durante tanto tiempo, y no un sillón viejo y una lámpara que lo iluminara. Tan decaído me encontraba en ese instante, que solo quería volver a mi habitación, olvidar que tanto tiempo tratando de imaginar el posible contenido de la sala, tantas maravillas, tantas fantásticas suposiciones, se habían reducido a polvo en un instante, y dormirme. Fue en aquel instante en el que me percaté de que, tras esos muebles apretados en el angosto espacio de la sala, había una estantería que ocupaba todo el espacio de la que debía ser la pared gris con manchas de humedad del fondo. Fue tan repentino que llegué a pensar que hasta aquel momento allí había habido, efectivamente, una pared gris y manchada. Pasé entre la lámpara y la pared y me acerqué a observar lo que había en las estanterías. Se me aceleraba el corazón por momentos. Eran un montón de libros.

Había aprendido a leer de muy pequeño. Cuando tuve tres años me separaron de los juegos y comenzó mi instrucción. Aprendí a leer con los textos en los que constaban las normas del correcto comportamiento. Me enseñaron las matemáticas necesarias y memoricé la organización de la comunidad en la que vivía. Practiqué la corrección al hablar y las normas de conducta social. Tendría que crecer, hacer bien mi trabajo y luego educar un nuevo discípulo que continuara con mi labor, dado que tarde o temprano, mi tiempo terminaría y dejaría de existir para siempre.

Desde entonces, una noche de cada semana bajaba a coger un libro nuevo y a dejar el que ya había leído. Con el tiempo perfeccioné mi lectura. Era curioso, pero si no fuera imposible, cada vez que bajaba, habría jurado que los libros eran distintos a los de la última vez. Amaba esas pequeñas fuentes de conocimientos, el papel y todas las palabras derramadas sobre ellos, me habían mostrado universos completamente distintos al mío, universos fantásticos que todavía trato de buscar. Me apasionaba ver que las cosas son mucho más maravillosamente complejas de lo que me habían hecho creer, y por eso amaba tanto a los libros, por que me mostraban cosas que yo no podía haber ni imaginado. Me explicaban, me contaban, me emocionaban, su simple aroma me embelesaba, me apasionaba leer frase tras frase, cada letra y cada palabra, regodearme en pequeños y fantásticos párrafos que me atontaban y me hacían sonreír. Terminar de leer y sentir un contraste extraño, por una parte lástima por que terminó, y por otra, una gran euforia por lo que había leido. Me transmitían, me enseñaban y aprendía con ellos, disfrutaba y me entretenía. Vivía aventuras con los personajes y sufría, me alegraba o me enamoraba con ellos, lloraba con ellos y me asustaban sus mismos temores. Simplemente algo excepcional.

Tal y como me ordenaron, me metí en la cama, encendí la pequeña linterna que tenía junto a la cabecera de la misma y empecé con el nuevo libro. Tan sólo tuve tiempo de comenzar con las dos primeras lineas del prólogo cuando algo en el rabillo del ojo me hizo cerrar de golpe el libro y apagar la luz. Asustado, fingí dormir. Traté de controlar mi respiración y entreabrí el ojo izquierdo. En la habitación no había nadie más que yo. Me calmé bastante y miré por la ventana. Allí estaba, lo que me había sobresaltado. Era una de esas personas que solía pasar junto a la casa y que se dirigían hacia el gran salto para no regresar jamás. Me habían explicado que esas personas se habían comportado de una forma incorrecta y que tenían que marcharse, por que no eran útiles para la causa común de la sociedad. Volví a mirar y me asustó el ver, que aquella persona, al parecer una mujer que debía tener mi edad, con un pelo rojo que brillaba aun pese a la oscuridad, no pasaba de largo hacia el gran salto, si no que caminaba, junto a la vela encendida que llevaba en la mano y su bolsa cargada a la espalda, hacia mi ventana. Me asusté bastante, temí que pudiera entrar y hacerme daño. Y no saber lo que era el dolor era lo que más me asustaba. Me aseguré de que la ventana estuviera cerrada y me alejé un poco hacia atrás. La chica se llegó hasta la ventana, y me miró, sonriendo, parada durante un instante que se me antojó eterno antes de saludarme con la mano y continuar, ahora si, su viaje hacia el gran salto. Algo había en su mirada que me hizo sentir un gran deseo de preguntarle algo. Su mirada hizo surgir una sensación extraña en mi mente, algo nuevo, quería saber que había hecho para tener que ir al gran salto. Salí de mi cuarto con la linterna, y en silencio bajé las escaleras. La puerta que se encontraba delante de mi esta vez estaba mucho más prohibida que la puerta verde. No quería ni pensar lo que sucedería si me descubrían en el exterior. Así que no lo pensé y abrí la puerta. La chica estaba a poca distancia de la puerta así que la alcancé enseguida. Me miró pero no se detuvo, siguió caminando hasta el borde del gran salto y allí se detuvo.

- ¿Tú también vas a saltar? - me preguntó.

Negué con la cabeza y la miré por un instante. Ella me sonrió.

- Quiero hacerte una pregunta... - me miraba sin quitar la sonrisa, se la veía muy alegre y yo cada vez me encontraba más confuso - ¿porqué vas a saltar? ¿qué es lo que has hecho para tener que saltar?

Su sonrisa creció más todavía.

- Si de verdad piensas que voy a saltar como castigo por algo malo que he hecho tu también deberías saltar, ¿o acaso el estar aquí, despierto a estas horas de la noche y fuera de casa, no es algo malo?

Me quedé atontado, muy sorprendido, no sabía que decir ni que pensar, estaba completamente en blanco, y de pronto me sentí mal, o eso creía, pues nunca me había sentido así. La miré como asustado, y ella, sin dejar de sonreír, me cogió la mano, me besó en la mejilla derecha mi me susurró en el oído "Te veré abajo cuando decidas que es tu momento." Sopló para apagar la vela y quedamos iluminados solo por la luna. Me dio la candela todavía caliente y saltó. No me atreví a asomarme y verla caer. Simplemente volví corriendo a la casa, me encerré en mi habitación y pasé el resto de la noche en vela, pensando.

*-★-★-★-*

Ya he terminado de transportar todos los troncos al interior del taller, después de la comida, por la tarde, me pondré a trabajar la madera para darle la forma necesaria, y mañana temprano, daré una vuelta por los alrededores con las ovejas, que tienen que pasturar. Pero sigo pensando en ella, que todavía no la he encontrado.

martes, 1 de noviembre de 2011

Nestredock - Capítulo 1

Hoy hacen exactamente nueve meses y 16 días desde que salí de casa por tercera y última vez. Desde entonces he andado deambulando por calles, bosques, playas, ciénagas y desiertos; he dormido en el suelo, escondido en establos, subido en árboles y en algún tren que me llevara, oculto junto a la carga, a cualquier lugar. Hoy es la primera noche que he conseguido juntar las suficientes monedas para pedir una pequeña habitación en esta cochambrosa y vieja posada, que huele a humedad, a humo y a madera carcomida y podrida por los años. La he encontrado por casualidad, caminando al atardecer por un camino que no se a donde se dirige. El hostelero es un hombre mayor muy amable, vive aquí, junto a su esposa, que ha preparado un delicioso caldo con gorduras para la cena. Hay, además de mi, otras tres personas alojadas, al menos esta noche, en este oscuro edificio. Hemos cenado todos juntos, y después, junto al fuego y acompañados por sendas jarras de cerveza tibia, hemos compartido nuestras historias, nuestras aventuras y desventuras, hemos compartido los avatares del destino que nos han traído esta noche aquí. Observo que estas personas, se asemejan bastante a mi. Como yo, ninguna sabe a donde se dirige, pero a ninguno nos importa. Me encuentro ahora agotado, y lleno tras la cena. He pedido que me suban un té con miel para antes de dormir. Me he sentado en la cama y me he quitado las botas, permitiendo que mis pies descansen y respiren tras la larga jornada de viaje. Me he tumbado de costado y he observado, que junto a la cama hay una mesa, no muy grande, con una silla al lado y una lamparita metálica. En la mesa había también una caja. La he abierto y he encontrado una polvorienta máquina de escribir, unos tampones de tinta y un montoncito de folios perfectamente cuadrado. Cuando ha venido la mujer con mi té caliente, le he preguntado por la caja y su contenido, me ha dicho que es de un hombre que pasó una noche en aquella habitación, y que la había dejado allí; no habían querido tirarla por si regresaba a buscarla. Ha dejado el té en la mesa y se ha marchado.

Ahora estoy aquí sentado, bajo la luz de la lamparita, junto al té humeante, escribiendo cómo he llegado hasta aquí. Estoy pensando que tras todo este tiempo merezco unos días de descanso, así que me quedaré aquí, relajado y tratando de escribir mi historia, y realizando algún trabajo aquí o allá para poder pagar el alojamiento y la comida.

*-★-★-★-*

- ¿Y tú que piensas de todo esto? Hombre, comprende que no todos los días se ve algo así, pero mejor volvamos a casa, puedes hacerte daño.

Emprendimos juntos el camino de regreso, que apenas eran 20 metros, nada complejo, no estaba lejos y el suelo era liso, no estaba asfaltado, pero era muy fácil caminar por allí. Aún así insistía en mantenerse cerca para evitar que me cayera o que me doblara el tobillo con algún paso en falso.

- Y ahora vete a la cama, es tarde y debes descansar.
- Pero si todavía no ha anochecido.

Era verdad, normalmente hasta que no era noche cerrada no empezaba a insistirme con que me acostara, pero parecía que debía estarle agradecido por que por fin me hubiera dejado salir un momento, y se suponía que aquella excursión de 40 metros entre ida y vuelta, aquella primera vez fuera de casa, tendría que haberme dejado exhausto...
Sin mas quejas fui a mi cuarto, me puse la ropa de dormir y me metí en la cama. Aunque no a dormir. En secreto, algunas noches, desde hacía mucho, bajaba a la habitación prohibida. Había una pequeña puerta verde, metálica y un tanto oxidada al final del pasillo, del mismo pasillo en el que estaba el baño. Unos años atrás, había juntado el valor suficiente por primera vez para aventurarme a ver que había detrás de aquella puerta, y averiguar por qué era prohibida. Debían ser cerca de las tres de la madrugada y él solía acostarse no más tarde de la medianoche, así que probablemente, estaría dormido; aunque, no obstante, su habitación era la contigua a la que se ocultaba tras la misteriosa puerta verde y debía andarme con cuidado, ser muy sigiloso para que no se despertara. Tenía pánico a ser descubierto haciendo algo que era prohibido, aunque no sabía por qué. Yo nunca había hecho nada malo, ni nunca me había sucedido nada indeseable, pero aún así, sabía que si me descubrían eso dejaría de ser así; no sabía qué podría pasarme, y eso era lo que más me asustaba.
Me levanté en silencio de la cama, caminé de puntillas hacia la puerta de mi habitación, agarré el pomo lentamente y lo giré todavía más despacio. Abrí la puerta lo mínimo posible para caber y salir al rellano. Avancé sobre la moqueta roja hasta las escaleras y me deslicé silenciosamente hasta el piso de abajo. Avancé casi sin moverme por el pasillo, y delante de su habitación me detuve a escuchar. Oir sus ronquidos me tranquilizó, pero aún así matuve la respiración hasta que estuve delante de la puerta verde. Nunca llegaré a entender, por qué un lugar tan prohibido no estaba cerrado de manera que me impidiera o me hiciera más difícil la entrada. Siempre he pensado que pretendía ponerme a prueba, poner a prueba mi obediencia ciega sobre lo que él me decía que hiciera o no hiciera. Puse la mano en el pomo y abrí la puerta.

*-★-★-★-*

La taza de té ya no humea, tan solo queda un dedo de líquido frío en el fondo. Estoy realmente cansado. Apago la luz, y sin desvestirme, me meto en la cama y caigo rendido, en un profundo sueño. No he dormido tan bien en mucho tiempo.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ambigüedad - Día 1

Caminaba tambaleándose por un callejón oscuro y sucio. A su derecha, la puerta trasera de un prostíbulo iluminada levemente por un foco de luz amarillenta que parpadeaba por alguna clase de fallo eléctrico. Bajo sus pies iban pasando sucesivamente pedazos de basura, animales muertos y sumideros humeantes. Salió de aquel callejón y su bizca mirada se posó con esfuerzo sobre un pequeño gato que había subido en una farola delante de él. Trató de atraparlo trepando por la farola, pero una vez hubo llegado arriba se percató de que no era un gato, sino una bufanda amarilla. Se dejó caer y quedó tendido en el suelo con la mirada puesta en el cielo.

Poco después notó que algunas gotas le caían en la frente. Abrió los ojos y vio que el techo estaba sangrando de nuevo. Desde que lo apuñalara un mes atrás el techo tenía la costumbre de sangrar a partir de las 3 a.m. Se apartó de aquel charco rojizo y se tumbó en la mesa grande, junto a la taza de café que le miraba amenazante. Pero ante la persistencia de ignorar su mirada inquisitiva, la taza se vio obligada a golpearle con la cuchara en un ojo. Un enano con una bandeja y un reloj se bebió sin decoro ni reparo alguno los sesos de aquella pobre tacita y saltó por la ventana gritando "¡¡Gustaaaa!!".

Salió del contenedor dejando tras de si un horrible hedor a flores silvestres. Pero hizo mal, pues allí le esperaban las pelucas, todas ellas en batalla campal. Seguido por una ola de pelo amoroso huyó de aquella piscina en su monociclo. No fue culpa suya, nadie dijo que lo fuera, pero durante un instante echó la vista atrás, fueron tan solo dos segundos, pero bastaron para atropellar a aquel pobre pingüino. La trágica escena mató al animalillo de pena, no pudo soportar algo tan horrible y sus plumas se marcharon indignadas. Con un mazo machacó el cadáver para diluirlo con el suelo y no dejar prueba alguna del delito.

Despertó empapado en sudor. Había tenido un sueño rarísimo... Miró el reloj y se sobresaltó al ver lo tarde que era. Tenía el tiempo justo de salir corriendo y buscar un Taxi que le llevase. Apenas cinco minutos después entraba al taxi casi gritando "¡Rápido! ¡A la calle Martín Benzina!" el conductor, como si acabara de despertar por los agitados y recientes acontecimientos, pisó el acelerador a fondo y comenzó a recorrer la ciudad a una velocidad de vértigo. Adelantando coches, zigzagueando, esquivando peatones por los pelos y otros con menos suerte murieron atropellados. El taxista conducía con una destreza que es difícil ver "Veo que sabe de que va" dijo, "Por supuesto, llevo 35 años en el gremio de taxistas y ya hace dos que me dejan conducir.", "Excelente, para un día como hoy con tanta prisa necesitaba a alguien experimentado como usted.", "Me alegro, y, quiero decirle que estoy encantado con su visita, hacía tiempo que nadie venía a verme", "No hay de que", "¿Sabe? Esta es una profesión muy solitaria, apenas te relacionas con la gente.", "Me hago cargo, siempre que puedo visito a los taxistas", "Es usted todo un caballero. Ya estamos llegando, como la dirección que dijo no existe le estoy llevando de nuevo al lugar donde le recogí", "No hay problema, es perfecto".

Bajó del taxi despidiéndose de aquel amable conductor y miró como se perdía entre el tráfico aquel abollado y bañado en sangre taxi. Subió a casa y se volvió a acostar.

martes, 30 de agosto de 2011

Tal vez se equivoque...

... pero no está esperando sentado. ;)



Cada cual debe elegir lo que hace, y él ha elegido su propio camino... puede parecerte mal, pero es el que ha escogido libremente.

jueves, 21 de julio de 2011

Hackers

No importa lo que podemos conseguir al encontrar un agujero de seguridad que afecta a millones de servidores de Internet y que nos da acceso a sus datos, sino el placer de haber llevado al límite nuestro conocimiento para descubrir que no todo era tan seguro como nos lo venden.

miércoles, 13 de julio de 2011

Todo da vueltas ahí fuera.

Todavía no lo tengo muy claro, de momento solo se que la realidad es maravillosamente extraña, y con un verdadero entreramado muy complejo que se esconde ahí y que es difícil de ver. O no. Ya digo que no lo tengo muy claro. Supongo que es tan sencillo que se torna extremadamente complejo. Debe ser que las cosas más simples son las más difíciles. Si, eso será. O al contrario, es tan complejo que se muestra simple... como una esfera de titanio macizo, tan simple a la vista, y resulta ser una rave de electrones esquizofrénicos.

En definitiva, estoy hecho un maldito lío, y lo que viene siendo ahora mismo, eso me encanta. No comprender, no saber, la incertidumbre de lo que verdaderamente será. De verdad, tengo un cacao mental interesante pero me encanta, me mantiene alerta y con ganas de seguir adelante hasta comprenderlo, y lo mejor de todo, lo más misterioso, es qué pasará cuando lo haya comprendido, qué hay detrás de eso... sensacional, esto es sensacional. El andar dando tumbos, buscando desesperado en lugar de estar anclado a un raíl que me lleva, o que me mantiene quieto, esperando sentado. El no saber a donde voy pero saber que estoy yendo. Maravilloso.

Hoy por hoy tengo clara una cosa, me he dado cuenta hace tan solo unas horas, y es tan simple como, que para lograr algo lo único que hay que hacer es hacerlo. Sonará raro, tal vez utópico, pero es así de simple, el que no logra algo, es por que no quiere. Hablo por supuesto de las cosas de uno mismo, no me vaya usted a malentender tergiversando lo que digo, por mucho que lo intentes, no puedes volar por ti mismo, y si alguien te dispara en la cabeza no puedes decidir no morir. Pero en el ámbito personal, hablo de un terreno mucho más cercano, el de uno mismo, de los retos personales y de lo que cada uno quiere para sí. Podría poner algún ejemplo pero solo me acuden a la mente los más banales.

Pero, las cosas no son difíciles de per se, no, lo que pasa es que las hacemos parecer así. Y aquí es donde viene la manida frase de "si quieres, puedes" por que es así de simple. La vida es simple como digo, pero bueno, me gusta participar de la rave, y de la simpleza que forma, por que se es parte de ambas cosas, e imagino que ahí está la fantástica complejidad del asunto.

En fin, yo me entiendo...

Señoría... no hay más preguntas.

Bueno, si, solo una, hay algo en este cartel que brilla sobre el resto, quiero decir, lo hace para mi ahora mismo, y es "Stop over analyzing, life is simple". Sospecho que ese es mi problema, pero no lo quiero solucionar, por que es precisamente el querer saber (analizar) lo que me hace ser como soy, lo que me hace estar donde estoy, ir por el camino que voy y es lo que me hace haberme planteado todas las cosas que impera este texto. Por eso es un problema que no quiero arreglar, que está mal, pero bien como está.

jueves, 7 de julio de 2011

Mmmh...

El placer puede ser definido como una sensación o sentimiento positivo, agradable o eufórico, que en su forma natural se manifiesta cuando se satisface plenamente alguna necesidad del organismo humano: bebida, en el caso de la sed; comida, en el caso del hambre; descanso (sueño), para la fatiga; sexo para la libido, diversión (entretenimiento), para el aburrimiento, y conocimientos (científicos o no científicos) o cultura (diferentes tipos de arte) para la ignorancia, la curiosidad y la necesidad de crear y desarrollar el espíritu. La naturaleza suele asociar la sensación de placer con algún beneficio para la especie y la Filosofía lo clasifica entre los tipos posibles de felicidad.
Wikipedia

martes, 5 de julio de 2011

Todo terminó

Otro año pasa, pero este ha sido distinto, si, lo sabe, no ha sido como los demás. Ha sido un año lleno de cosas nuevas, el primer año en la universidad.

Amanece el tercer día de vacaciones y ya se ha decidido a organizar el caos que hay en su habitación. Con algo de miedo se adentra en ese torbellino de entropía: apuntes, libros, latas vacías testigos del estudio de última hora, calcetines, rotuladores, cables, bolsas de plástico y algún que otro muñeco, viajante de tiempos pasados, lo observan desde su lugar, donde quedaron apartados y olvidados. A la izquierda, lo único pulcro es el armario donde guarda toda su ropa, a lo que sigue una cama deshecha, cubierta de ropa y almohadones, al fondo, otra cama que utiliza de trastero haciendo muy bien la función para la que decidió destinada, apenas puede verse el colchón oculto entre la maraña de objetos inclasificables que la cubren. A la derecha, una estantería llena de libros. Libros leídos y otros por leer, algunos muy buenos y otros no tanto, grandes y pequeños. Su mesa, llena de cajones, con el ordenador en el centro, y maravilloso desorden a los lados. Si, esos cajones, los observa y ellos le observan a él, desafiantes, y él siente pavor de lo que pueda haber dentro.

Si, ha sido un año distinto en muchos aspectos, pero muy similar en muchos otros, y está cansado. Observa todo aquello y se siente como cada año, de pronto le parece que nada ha sido distinto en realidad, que todo ha sido una falacia de su materia gris para protegerse del tedio.

Admira el desorden y en realidad no le parece tan horrible. Es bonito, es natural, es esa furia y falta de ganas, es como un reflejo de su mente y su personalidad, ese fantástico caos. Escoge un rincón de su cuarto y empieza a amontonar allí todo de lo que quiere deshacerse, los primeros en llegar hasta aquella parcela son las latas, bolsas, papeles rotos y pañuelos sucios.

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Empieza a anochecer, lleva allí metido todo el día pero casi está. Su mesa, limpia y perfecta, su cama hecha, sobre la cual había 9 montones perfectos por asignaturas de todos sus apuntes. La montaña de lo que iba a lanzar al olvido para siempre había crecido considerablemente, ese amontonamiento de cosas que jamás recordará que tuvo. Por fin, entre el último montón de apuntes que faltaba por clasificar apareció su agenda, aquella guía que le decía lo que tenía que hacer cada día, aquel demonio dictatorial que él mismo se había impuesto y del que era su propia marioneta, a la que se había sublevado dispuesto a obedecer sin rechistar, sin darse cuenta de que aquella agenda era él mismo. Dobló la anilla metálica que sostenía las páginas y la rompió. Sacó todas las hojas y las sostuvo en su mano, un montón de folios que formaban la esencia de ese pequeño monstruo de papel. Estrujó su metálico esqueleto y a continuación, en pie al lado del amontonamiento de todo lo que iba a tirar, fue lanzando una a una todas las hojas de lo que fue su agenda. Sentía que siempre era igual, que no cambiaba nada, todos los años era lo mismo y estaba muy cansado, pero conforme iban cayendo los folios, se iba dando cuenta, se fue sintiendo distinto, y de pronto lo vio.

Había caído la última página y se giró, allí estaban, los cajones que aún no había osado abrir pero que ocultaban esa macedonia del tiempo, ese piscolabis de posesiones perfectamente mecidas por aquel pandemónium sensacional, esa fiesta escandalosa, ese griterío silencioso del que solo quería escapar. Estaba furioso, pero consigo mismo, al fin lo había comprendido. Con la mayor violencia arrancó los cajones de la mesa y los lanzó hacia cualquier parte esparciendo su contenido por toda la habitación. Lleno de satisfacción observó aquel perfecto desastre. Sólo se escuchaba el silencio. Apagó la luz y salió de allí, salió de su casa y se fue, por que por fin lo había comprendido, que lo único que tenía que hacer para cambiar las cosas era muy sencillo: no había más que cambiarlas.

lunes, 4 de julio de 2011

Bailando con las nubes.

Vivir. Saltar. Correr. Reír. Gritar. Aplaudir. Insultar. Mirar. Escupir. Susurrar. Saborear. Oler. Sacar la lengua. Escuchar. Sentarme. Sonreír. Nadar en un río. Viajar lejos. Admirar el paisaje. Comerme un saltamontes. Pintar una pared de 4 colores distintos. Hacer el pino. Plantar árboles. Dormir en el suelo. Ponerme una boina. Escribir algo en la oscuridad. Hablar durante horas. Caminar hasta el infinito y más allá. Saludar a los desconocidos. Despeinarme. Olvidarme de dormir. Dormir dos días seguidos. Observar de reojo. Sentir todo mi cuerpo. Coger un mal hábito y abandonarlo. Enamorarme. Comer jamón serrano. Cavar un agujero. Conocerme a mi mismo sin que nadie me haya presentado. Perseguir a alguien. Encontrarme un euro. Enterrarme en la arena. Leer un libro y volverlo a leer. Sentir hambre. Escuchar la misma canción durante tres días. Descubrir algo que siempre estuvo ahí. Asombrarse por lo nimio. Dejarme bigote. Acostumbrarse. Experimentar. Hacerme un tatuaje. Olvidar y recordar que lo he olvidado. Telefonear a otro continente. Ir en tren, en coche, en barco y en avión mirando por la ventana sin que canse el paisaje. Tomar café. Bañarme hasta que me arrugue. La playa en verano. Tumbarme a la sombra un día caluroso. Bailar un tango. Dejarme caer. Recordar aquellos momentos. Controlar mi mente. Coger al toro por los cuernos. Creer en la magia de lo asombroso. Casarme. Subir una montaña. Y luego otra. Ir en bici. Atreverme. Evadirme. Lanzarme. Comerme una pizza familiar. Estar triste. Cambiar. Opinar. Lamer una calva. Defender lo indefendible. Sangrar. Desordenar mi cuarto. Completar una colección. Bañarme en un lago. Contar mil historias. Dormir en la montaña. Tener hijos. Pegarme con alguien. Odiar. Dudar. Sufrir hasta explotar. Ser feliz. Brillar. Mirar las estrellas. Abrazar. Subirme a un elefante. Atrapar un tigre y comérmelo. Lograr una sonrisa de oreja a oreja. Vivir y sentir cosas nuevas. Cortarme las uñas de los pies. Acariciar la panza de una embarazada. Morder una zapatilla. Golpear una lata con una raqueta. Quemar cosas. Beber agua metiendo la cabeza en el cubo. Montar a caballo. Consumirme. Ser bebido por un baso de whisky. Arrepentirme. Jugar a baloncesto. Colgarme de una cuerda. Nadar con delfines. Pasear a no se donde. Despertar. Besar. Ganar una medalla. Caminar por las nubes. Llorar de felicidad y de tristeza. Ahogarme riendo. Ver pasar mi vida ante mis ojos en un segundo. Largarme. Apretar ese gran botón rojo. Emborracharme. Sentir que se acaba el aire. Raparme la cabeza. Cortar el césped con los dientes. Teñirme de verde. Conocer a Yoda en persona. Lenguar la traba. Liar a alguien que hace cuentas. Cometer un error garrafal. Soñar. Encender la luz de un faro. Rectificar. Equivocarme. Ser malo por un rato. Perderlo todo. Sentir que el mundo se acaba. Recuperarme. Arrugar el papel más grande. Completar el cubo de rubik. Hacer reír. Consolar. Poner el iTunes en reproducción aleatoria. Tener miedo. Suspirar. Poner los ojos en blanco. Morir.

viernes, 1 de julio de 2011

Siempre uno entre las manos

"¡Libros, la gente nunca ha dejado de amar los libros! Siglo LI, ahora tenéis holovídeos, descargas directas al cerebro, niebla-ficción, pero se necesita el aroma, el aroma de los libros."
Doctor Who

jueves, 30 de junio de 2011

Una idea feliz

"I wanted movement and not a calm course of existence. I wanted excitement and danger and the chance to sacrifice myself for my love. I felt in myself a superabundance of energy which found no outlet in our quiet life"
Family Happiness - Leo Tolstoy

lunes, 27 de junio de 2011

Esperando sentado.

Ahora. Ha sido justo hace unos instantes de pronto he recordado la primera vez que vi la Torre Eiffel. No recuerdo la fecha, ni que edad tenía, ni la época del año, pero recuerdo perfectamente que era por la mañana. Iba con mis padres en un autobús turístico bastante viejo. Recuerdo también que antes de llegar el autobús se había averiado y hubo que detenerse durante largo rato ante una iglesia. La primera vez que tuve ante mis ojos aquella torre fue desde dentro de ese estrecho y cochambroso autobús, justo delante del Museo Nacional de la Marina de París. Por fin la veía, siempre en fotos y en películas, siempre oyendo hablar de aquella alta e imponente torre. Eso si, no se por que, la imaginaba de otro color...


Después de parar por un instante en el Museo Nacional de la Marina y permitirnos esta primera visión de lejos de esta firme oxidada la perdí de vista por un rato, sin apenas percatarme del rumbo que seguía el vehículo, y cuando de pronto, vuelvo a mirar y por fortuna o vaya usted a saber que vicisitudes del destino, en lugar de mirar hacia el frente, miré hacia arriba y no pude si no sorprenderme. No pude si no maravillarme de lo grandioso del monumento que estaba observando, imponente, alto, enorme, mirandolo todo desde su cima, sobresaliente en el relieve de la ciudad.

Si, más tarde subí, admiré las vistas y caminé por sus entrañas, utilicé sus escaleras y bajé por sus ascensores, paseé por su interior como por el esqueleto de un gigante petrificado. Pero creo que nada me asombró más como aquel primer vistazo desde la base de esta enorme fiera de metal.

Me sorprende que, años más tarde he regresado, y me sigue maravillando el mirarla desde abajo y disfrutarla en todo su esplendor. Y parece que siempre sigue ahi, inmóvil, dejándonos disfrutar de su grandeza siempre que queramos. Siempre ahi, esperando que la visiten, que la recorran... ahi está, esperando sentada.

**(Escuchando: http://www.youtube.com/watch?v=JhjA2nvVD7U )**