martes, 1 de octubre de 2013

Paca la vaca.

Se hallaba mi madre, una de aquellas mañanas de otoño que tanto me gusta recordar hoy, al encontrarse tan lejanas en el regodeo de mi nostalgia, ordeñando a Francy, nuestra vaca parda, y no parecía querer parar. Estaba como automatizada. El cubo estaba lleno de leche. Rebosante. La leche llevaba ya un rato derramándose sobre el suelo. Francy parecía haber notado aquello y miraba a mi madre con ojos de preocupación, pero le sabía mal apartarse, como si eso le hubiera hecho notar a mi madre que estaba cometiendo un error, y no quisiera que se sintiera mal por fallar, después de tantas mañanas repitiendo la misma actividad sin un solo titubeo, sin una mancha en todo su historial de blanca leche extraída mediante el manoseo de tetas ajenas. Pero aquello no podía seguir. Francy se percató de que yo estaba observando la escena desde la ventana de la cocina y me suplicó con la mirada que hiciera algo. Yo me quedé paralizado, no sabía que hacer. Mantuve la mirada el mayor tiempo que pude con los terribles ojos suplicantes de nuestra vaca y al final, por no poder aguantar más tiempo, no tuve más remedio que apartar la mirada y salir de la cocina. Me acerqué al granero, en la puerta de la cual se encontraba mi madre, ordeñando a Francy en su incesante manoseo lechoso, rodeada de un charco blanquinoso.

- Mamá. - dije con un hilo de voz.
- Mhh... - dejó escapar mi madre como toda respuesta sin dejar de ordeñar, ni mirarme siquiera.
- ¿Quieres que te traiga otro cubo? - le pregunté descaradamente, no quería hacerle daño, pero tenía que parar o acabaría matando a la vaca. O la vaca la mataría a ella.
- Mhhmhh... - entendí que no.

No sabía que hacer.

- Pero mamá, estás derramando leche sobre el suelo, deberías parar o coger otro cubo. Además, Francy parece estar cansada.
- No me digas como tengo que hacer mi trabajo. Además, esta no es Francy, es Adelaida.

Me quedé tonto. No podía ser Adelaida. No teníamos más vacas y yo estaba seguro de que esta se llamaba Francy. Me acerqué a la cabeza de la vaca, que no dejaba de mirarnos. Efectivamente en la chapita que llevaba del cuello se leía: "Francy". Aquella era Francy, y mi madre estaba muy afectada por algo. Qué diablos, mi madre se había vuelto loca. Tenía que hacer algo. Fuí a casa, cojí un almohadón, regresé y golpeé a mi madre con todas mis fuerzas en plena cara. Cayó redonda al suelo y Francy aprovechó que la habían soltado para marcharse. Mi madre me miró y de pronto se derritió, quedando mezclada con la leche que había derramada por el suelo.
Cogí el cubo lleno de leche y me dirigí a casa. En la puerta, que yo recordaba haber dejado abierta (ya no lo estaba), había una nota:
"Hijo, si estás leyendo esto, probablemente estoy muerta. Ten cuidado con Adelaida. Es una buena vaca, pero no sabe lo que hace."
Dejé el cubo en la mesa del porche y entré en casa. Estaba especialmente oscuro para ser mediodía. Y olía a tabaco. Debía haber alguien en casa. Me puse en alerta y caminé despacio hacia el salón por el pasillo de la derecha. Empujé la puerta que chirrió lentamente hasta dejarme ver a Francy sentada en un sillón. Llevaba un fedora negro entre los cuernos y un traje negro muy elegante. Estaba fumándose uno de los habanos de mi abuelo.

- Te estaba esperando, manzanita mía.
- ¿Francy?
- No, no, no ¡NO! ¡No soy Francy! ¡Maldita sea! Ese ridículo nombre una y otra vez. Me atormenta, me persigue por las noches, no deja de sonar en mi cabeza ¡Mi nombre es Adelaida!

Mi madre trató de advertirme. Y yo no supe escucharla, la maté con la almohada mientras ella solo trataba de protegerme... No sabía que hacer, me quedé atónito. Adelaida sacó lentamente un revolver. Lo seguí con la mirada todo el camino desde su bolsillo hasta una posición cómoda en la que estaba apuntándome. No reaccioné. No supe. No pude. No quise...

Y así fue como morí. O al menos de eso tratan de convencerme los doctores. Matasanos del averno.

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