martes, 5 de julio de 2011

Todo terminó

Otro año pasa, pero este ha sido distinto, si, lo sabe, no ha sido como los demás. Ha sido un año lleno de cosas nuevas, el primer año en la universidad.

Amanece el tercer día de vacaciones y ya se ha decidido a organizar el caos que hay en su habitación. Con algo de miedo se adentra en ese torbellino de entropía: apuntes, libros, latas vacías testigos del estudio de última hora, calcetines, rotuladores, cables, bolsas de plástico y algún que otro muñeco, viajante de tiempos pasados, lo observan desde su lugar, donde quedaron apartados y olvidados. A la izquierda, lo único pulcro es el armario donde guarda toda su ropa, a lo que sigue una cama deshecha, cubierta de ropa y almohadones, al fondo, otra cama que utiliza de trastero haciendo muy bien la función para la que decidió destinada, apenas puede verse el colchón oculto entre la maraña de objetos inclasificables que la cubren. A la derecha, una estantería llena de libros. Libros leídos y otros por leer, algunos muy buenos y otros no tanto, grandes y pequeños. Su mesa, llena de cajones, con el ordenador en el centro, y maravilloso desorden a los lados. Si, esos cajones, los observa y ellos le observan a él, desafiantes, y él siente pavor de lo que pueda haber dentro.

Si, ha sido un año distinto en muchos aspectos, pero muy similar en muchos otros, y está cansado. Observa todo aquello y se siente como cada año, de pronto le parece que nada ha sido distinto en realidad, que todo ha sido una falacia de su materia gris para protegerse del tedio.

Admira el desorden y en realidad no le parece tan horrible. Es bonito, es natural, es esa furia y falta de ganas, es como un reflejo de su mente y su personalidad, ese fantástico caos. Escoge un rincón de su cuarto y empieza a amontonar allí todo de lo que quiere deshacerse, los primeros en llegar hasta aquella parcela son las latas, bolsas, papeles rotos y pañuelos sucios.

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Empieza a anochecer, lleva allí metido todo el día pero casi está. Su mesa, limpia y perfecta, su cama hecha, sobre la cual había 9 montones perfectos por asignaturas de todos sus apuntes. La montaña de lo que iba a lanzar al olvido para siempre había crecido considerablemente, ese amontonamiento de cosas que jamás recordará que tuvo. Por fin, entre el último montón de apuntes que faltaba por clasificar apareció su agenda, aquella guía que le decía lo que tenía que hacer cada día, aquel demonio dictatorial que él mismo se había impuesto y del que era su propia marioneta, a la que se había sublevado dispuesto a obedecer sin rechistar, sin darse cuenta de que aquella agenda era él mismo. Dobló la anilla metálica que sostenía las páginas y la rompió. Sacó todas las hojas y las sostuvo en su mano, un montón de folios que formaban la esencia de ese pequeño monstruo de papel. Estrujó su metálico esqueleto y a continuación, en pie al lado del amontonamiento de todo lo que iba a tirar, fue lanzando una a una todas las hojas de lo que fue su agenda. Sentía que siempre era igual, que no cambiaba nada, todos los años era lo mismo y estaba muy cansado, pero conforme iban cayendo los folios, se iba dando cuenta, se fue sintiendo distinto, y de pronto lo vio.

Había caído la última página y se giró, allí estaban, los cajones que aún no había osado abrir pero que ocultaban esa macedonia del tiempo, ese piscolabis de posesiones perfectamente mecidas por aquel pandemónium sensacional, esa fiesta escandalosa, ese griterío silencioso del que solo quería escapar. Estaba furioso, pero consigo mismo, al fin lo había comprendido. Con la mayor violencia arrancó los cajones de la mesa y los lanzó hacia cualquier parte esparciendo su contenido por toda la habitación. Lleno de satisfacción observó aquel perfecto desastre. Sólo se escuchaba el silencio. Apagó la luz y salió de allí, salió de su casa y se fue, por que por fin lo había comprendido, que lo único que tenía que hacer para cambiar las cosas era muy sencillo: no había más que cambiarlas.

1 comentario:

  1. "Plin, plin, plin ... clack. Plin, plin, plin ... Clack"

    Algo en la maquinaría no encajaba, no funcionaba, había algo que arreglar, buscar e indagar. Mirar a esa maquinaria a la "cara", desafiar a la maquinaría y ver donde fallaba. Aunque en ocasiones esta maquinaria se volviera pesada como
    una montaña y te macharas de aceite de arriba a abajo, tenías que encontrar el fallo. O se te caería la maquinaria encima.

    Tenías que entender el error que hacia que Windows diera el pantallazo azul.

    Entenderse y conocerse a sí mismo.

    Por ejemplo, un mecánico a la hora de arreglar un coche sabe bien donde pueden estar los fallos y acudir con presteza al arreglo por qué ha estudiado y comprendido el funcionamiento del coche, al menos, lo más básico. Sabe que hay que cambiar lo tiene claro.

    Pero si alguien que no sabe como funciona un coche se pone a buscar donde esta el fallo que le impide ponerlo en marcha, quizás toque donde no debe y acabe estropeando más la situación.

    Supongo que habrás entendido lo que he querido decir, pero dicho con otras palabras:

    Si quieres cambiar lo que ves mal en ti, primero conocete bien y piensa que es lo que vas a cambiar, que no por querer cambiar algo que a priori sientes que esta mal vayas a hacer una pifia.

    Por suerte, siempre hay un camino de retorno.

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