- Mamá. - dije con un hilo de voz.
- Mhh... - dejó escapar mi madre como toda respuesta sin dejar de ordeñar, ni mirarme siquiera.
- ¿Quieres que te traiga otro cubo? - le pregunté descaradamente, no quería hacerle daño, pero tenía que parar o acabaría matando a la vaca. O la vaca la mataría a ella.
- Mhhmhh... - entendí que no.
No sabía que hacer.
- Pero mamá, estás derramando leche sobre el suelo, deberías parar o coger otro cubo. Además, Francy parece estar cansada.
- No me digas como tengo que hacer mi trabajo. Además, esta no es Francy, es Adelaida.
Me quedé tonto. No podía ser Adelaida. No teníamos más vacas y yo estaba seguro de que esta se llamaba Francy. Me acerqué a la cabeza de la vaca, que no dejaba de mirarnos. Efectivamente en la chapita que llevaba del cuello se leía: "Francy". Aquella era Francy, y mi madre estaba muy afectada por algo. Qué diablos, mi madre se había vuelto loca. Tenía que hacer algo. Fuí a casa, cojí un almohadón, regresé y golpeé a mi madre con todas mis fuerzas en plena cara. Cayó redonda al suelo y Francy aprovechó que la habían soltado para marcharse. Mi madre me miró y de pronto se derritió, quedando mezclada con la leche que había derramada por el suelo.
Cogí el cubo lleno de leche y me dirigí a casa. En la puerta, que yo recordaba haber dejado abierta (ya no lo estaba), había una nota:
"Hijo, si estás leyendo esto, probablemente estoy muerta. Ten cuidado con Adelaida. Es una buena vaca, pero no sabe lo que hace."Dejé el cubo en la mesa del porche y entré en casa. Estaba especialmente oscuro para ser mediodía. Y olía a tabaco. Debía haber alguien en casa. Me puse en alerta y caminé despacio hacia el salón por el pasillo de la derecha. Empujé la puerta que chirrió lentamente hasta dejarme ver a Francy sentada en un sillón. Llevaba un fedora negro entre los cuernos y un traje negro muy elegante. Estaba fumándose uno de los habanos de mi abuelo.
- Te estaba esperando, manzanita mía.
- ¿Francy?
- No, no, no ¡NO! ¡No soy Francy! ¡Maldita sea! Ese ridículo nombre una y otra vez. Me atormenta, me persigue por las noches, no deja de sonar en mi cabeza ¡Mi nombre es Adelaida!
Mi madre trató de advertirme. Y yo no supe escucharla, la maté con la almohada mientras ella solo trataba de protegerme... No sabía que hacer, me quedé atónito. Adelaida sacó lentamente un revolver. Lo seguí con la mirada todo el camino desde su bolsillo hasta una posición cómoda en la que estaba apuntándome. No reaccioné. No supe. No pude. No quise...
Y así fue como morí. O al menos de eso tratan de convencerme los doctores. Matasanos del averno.
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