jueves, 23 de mayo de 2013

¿Qué hay para comer?

La mujer se desesperó.
"Y mientras tanto qué comemos", preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía.
- Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años - los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto - para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
- Mierda.
El coronel no tiene quien le escriba, GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

miércoles, 22 de mayo de 2013

Nada - Cap.1

Es una de esas noches en las que te levantas a mear a eso de las tres y media de la madrugada. No suena nada más que el silencio. Termino de mear, escurro las últimas gotitas y moviéndome entre la luz borrosa del baño me dispongo a volver al calor de mis sábanas. Abro la puerta y no hay nada al otro lado. Cierro la puerta por el sobresalto. Mi cerebro aún no se ha solidificado y me cuesta pensar. La aceleración súbita de mi ritmo cardíaco me despierta de pronto y cuando soy dueño de mi raciocinio de nuevo me doy cuenta que me he asustado de la simple oscuridad de la noche. Vuelvo a abrir la puerta e inmediatamente deseo no haberlo hecho. Doy un portazo. Nada. Mierda, no hay nada ahí fuera. Decido que eso no puede ser y me echo a dormir en la bañera.

Me despierta la luz que entra por la pequeña ventana que hay a mi derecha. No se exactamente por qué estoy en la bañera, no recuerdo haberme emborrachado ayer. Tal vez en eso consista todo. Salgo de la bañera sin un solo músculo que no grite de dolor y me tiro un buen puñado de agua fría a la cara. Me dispongo a salir del baño para acostarme un rato en la cama y permitir a mis cervicales retomar su forma habitual, pero aquella especie de pesadilla en forma de cuarto de baño parece tener otros planes para mí. Tiro de la puerta para abrirla y de nuevo, no hay nada. Cierro por miedo a quedarme sin aire. No se siquiera si eso es un pensamiento racional. Por Dios, no hay nada al otro lado de la puerta ¿Y la ventana? Entra luz por la ventana. No, parece entrar pero en realidad más bien es como si la luz proviniera de la propia ventana. Joder. Yo encerrado en el excusado y sin una sola muda limpia que ponerme, con el pijama y las alpargatas. Y además no tengo mi paraguas. Abro la ventana. Nada. Ningún sonido, nada para ver. No huele a nada en absoluto y por ahora no me atrevo a lamerlo o a tocarlo. Cierro la ventana. Un grito ¿Quién? Alguien ha dicho algo, ¿desde la bañera? Parece venir del desagüe. De nuevo ¿"Socorro"? ¿Alguien pide socorro? Me acerco a la bañera. Nada en absoluto. Tal vez siga dormido. Me golpeo fuerte en la cara. Dolor. Nada.

Me incorporo de un sobresalto aspirando con fuerza, como cuando asciendes desde 4 metros de profundidad y acabas de alcanzar la superfice del agua. Está oscuro a mi alrededor, y creo que estoy en el suelo ¿Dónde? Tanteo en derredor. Toco y palpo algo que se parece bastante a un urinario. Sigo en el baño. Me pongo en pie y a tientas busco el interruptor de la luz. La enciendo ¡Dios! ¿Ese soy yo? Apenas me reconozco en el espejo. Tengo barba de varios días, la mirada perdida, estoy más delgado de lo normal y unas ojeras inmensas. En serio, las ojeras son demasiado grandes. Se me salen de la cara ¿Cuánto tiempo ha pasado? No se siquiera si el tiempo sigue transcurriendo hacia delante. Tal vez ahora fluya en otra dirección ¿El tiempo fluye? Creo que estoy desvariando. Un grito ¿Estoy enloqueciendo? Alguien tira de la cadena. Me giro deprisa. Nadie. El agua da vueltas aceleradamente dentro del retrete y ahora se va hacia abajo para perderse por las tuberías. Oigo el agua alejándose por la intrincada red de cañerías que hay al otro lado de donde suelo sentarme a leer el periódico ¿Quién ha tirado de la cadena? Silencio ¿Hay alguna amenaza? La tensión crece. Casi se puede cortar con una cuchara ¿Peligro? Estoy nervioso perdido. Me empiezan a temblar las piernas ¿¡Que ha sido eso!? Me doy la vuelta. Imaginaciones mías. Sudor en mi frente y un escalofrío en el resto de mi cuerpo. Mi mirada escudriña frenéticamente la habitación, no se muy bien que busco pero no puedo parar. Un grito ¿Qué? De nuevo oigo el agua fluir. Parece que regresa. Se acerca. Ya está aquí. Una ingente cantidad de líquido transparente me acomete desde el retrete. Algo dentro del agua me golpea con fuerza y caigo al suelo. No veo nada. Hay demasiada agua. Se calma todo. El sonido de unas gotas caer con prisa. Abro los ojos. Hay alguien junto a mi ¿Alguien? Me froto los ojos y me aparto el agua de la cara. Soy yo. Estoy ahí, empapado, delante de mi. Me aseguro de no estar mirando al espejo. No. Soy yo. Estoy ahí. Pero soy calvo. Es calvo. No se. La persona que está frente a mi no tiene pelo. Estoy frente a mi mismo. Mierda, ¿Qué hago ahí? Creo que él acaba de tener la misma reacción. Nos asustamos al unísono y nos alejamos el uno del otro ¿Que diablos está pasando?

- Hola.

"Hola" dice, el desgraciado. "Hola". Como si fuera algo normal.

- ¿Por qué estás calvo? - le pregunto incisivamente.

Para que aprendas a decir cosas coherentes, maldito clon alopécico.

- ¿Estoy calvo? - Mira hacia arriba y se palpa la cabeza - Ni idea. - concluye volviendo a mirarme.
- ¿De dónde sales?
- Del váter. Me metí dentro y tiré de la cadena. Y aquí estoy.
- Eso es imposible.
- Dijo mi doble que por lo que se hasta ahora podría ser imaginario.
- ¿Estamos encerrados?
- Algo así. Pero si lo piensas, no habiendo nada más allá en realidad no es como si nos limitaran la libertad, por que no hay ningún otro sitio al que ir.
- Entiendo, ¿llevas mucho aquí?
- Tres meses, una semana y seis días, según mis cálculos y en base a mis ritmos circadianos, pero podría ser más. O menos. O no ser en absoluto.
- ¿Tres meses?
- ...una semana y seis días.
- ¿Y que has comido?
- No he tenido hambre. Parece que las cosas aquí son un poco extrañas.

Me quedo mirándole sin saber que decir. "Un poco extrañas"... No puede ser nada de todo esto. No me lo creo, seguro que alguien me ha hipnotizado y me tiene atado cabeza abajo en un almacén noruego o algo así.

- Bueno, está muy bien esta charla que estamos teniendo, pero no me puedo quedar.

Como si tuvieras a dónde ir.

- Ha sido un placer conocerte, conocerme... -te-me-se... ¡Encantado!

Me tiende la mano y se la estrecho reticente. De un salto se encarama a la pila y se mete dentro del espejo. Ya no está. Se ha ido. A través del espejo. Ya, claro. Como sea. Toco el espejo y es tan sólido como siempre. Lo que yo decía, estoy loco perdido ¿O no?

Decidido, no ve voy a quedar ahí sin hacer nada, camino hasta la puerta y la abro, tirando con energía del picaporte. Una fuerza inmensa empieza a tirar de mi hacia fuera. Sin tiempo a cerrar, me agarro desesperado a la toalla. Trepo por ella rezando por que no se suelte del cuelga toallas. La bañera empieza a moverse, atraída por esa fuerza descomunal. También el retrete y la pila, el espejo... todo, la habitación se empequeñece, las paredes se van hacia la puerta. El armarito, el taburete, mi cepillo de dientes y la cadena de música han salido por la puerta. De pronto no puedo más, la toalla se suelta y no encuentro nada a lo que engancharme. Salgo por la puerta a toda velocidad sin tocar el suelo y de milagro me agarro al marco de la puerta con los dedos; y las piernas inmersas por completo en esa nada infinita. Cierro los ojos y pongo todo mi empeño, mi fuerza, mis ganas, mi vida y esfuerzo en no soltarme. Me pillo los dedos con la pared opuesta a la puerta que ya ha llegado hasta mi, y en un grito de dolor me suelto abandonándome a ese inmenso y vasto vacío incomprensible. De pronto mi culo se posa sobre algo. Abro los ojos. Estoy en mi baño. La puerta está cerrada y yo sigo en mi baño. Como si nada hubiera pasado. Joder ¿Dónde diantres me he metido? Todo sigue en su sitio y el silencio vuelve al ambiente, tan solo roto por mi respiración acelerada y el movimiento de mis ojos desorbitados que tratan de comprender qué ha pasado.

Capítulo 2: http://esperosentado.blogspot.com.es/2013/09/nada-cap-2.html

martes, 14 de mayo de 2013

El llenador de sandías

Los marsupiales gozan de trepar a escarabajos dormidos con tupidas capas de esparto tejido situadas sobre sus cabezas a modo de salvamanteles para teteras en llamas. Y las cremalleras dejarán sus lavores en chaquetas, estuches y bolsos para ir a tajar asuntos en secuestros de bancos y conflictos armados. Y aunque los tanques no abandonen las calles de Guinea ni el resentimiento los corazones de los contendientes, la paz se hará visible, al menos en apariencia.

Los dorados lagrimones de un sauce se derraman colina abajo en un desesperado intento por comerse una fabada con chorizo, servida en una gran ensaladera y derramada en la tupida melena rubia de un canguro super saiyan con ortodoncia. Si no llevara sombrero habría jurado que eran más bien unas cuantas estacas verdes con más cara que espalda al consentir sin miramientos una atrocidad de tamañas dimensiones, que ni un limón con cáscara torcida se podría exprimir en las tripas de un conejo instantes antes del Apocalipsis.

Atronadores sentimientos los de una madre por su hija, dolida por la pérdida de su teléfono móvil y la cajita donde solía guardar las gafas. Más ya no tenía que preocuparse por su hija. Murió intoxicada por una fruta en mal estado. Casi parecía un atentado que hubiera llevado meses planearlo y que finalmente hubiera resultado de la manera más catastrófica que el destino fue capaz de urdir.

En ocasiones me pregunto por qué hago lo que hago, y suelo llegar a la conclusión de que simplemente me encanta mi trabajo. Cada vez que consigo vaciar una sandía y utilizarla como depósito de gasolina, siento mi alma completa y mi vida cobra sentido. Es lo que hago. Es lo que soy.

martes, 23 de abril de 2013

La muerte de la merienda

Y de nuevo la situación cobraba un cáliz al que empezaba a acostumbrarme. La temperatura de la habitación subía y se notaba cierta carga eléctrica invadiendo el aire. El pato que estaba atado al ventilador del techo abría los ojos y fijaba su mirada en los cordones de mis zapatos. Pero esta vez era diferente. Había decidido cambiar de estrategia: mocasines y sombrero de copa.

Lo había logrado, el pato estaba desconcertado y yo podía comerme mi magdalena.


Con la lengua rebuscando migas pegajosas de bizcocho entre mis dientes, un hilillo de chocolate líquido bajaba por mi barbilla, regateando los pelillos de mi barba de tres días y 16 horas, manchando tras de si y dejando la huella del recuerdo de un pasado del que la gravedad le hizo huir. De pronto, llega al límite, no puede seguir bajando pegada al mentón y se despide, entre lágrimas, de mi piel grasienta al ser derrotada la adherencia por la fuerza de la tierra; y gritando de dolor en caída libre, se precipita locamente hacia el suelo, contra el que se estrella. Su cuerpo reventado, sus tripas desperdigadas y por todas partes esparcidos sus restos destrozados e irreconocibles. Dos horas y media más tarde el forense que realizará la autopsia solicitará un cubo en el que depositar el sandwich de huevo que comiera antes de reconocer los restos de cadáver, pero en la forma mucho menos reconocible de vómito semi-digerido 

Me limpié la barbilla con la manga de la camisa y salí al jardín: el césped es un gran lugar para hacer la siesta en las tardes de Abril.

P.D.: Estoy hasta las narices del puto pato.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Parece que está lloviendo


En este punto vale la pena recordar las teorías a las que había llegado Ford en su primer encuentro con los seres humanos para explicar su extraña costumbre de afirmar y reafirmar de continuo lo claro y evidente, como "Hace buen día", "Es usted muy alto", o "Así que ya está, vamos a morir".Su primera teoría fue que si los seres humanos dejaban de hacer ejercicio con los labios, la boca se les quedaría agarrotada.Al cabo de unos meses de observación, se le ocurrió otra teoría, que era como sigue: Si los seres humanos no dejan de hacer ejercicio con los labios, su cerebro empieza a funcionar.En realidad, la segunda teoría resulta más literalmente cierta para la raza belcerebona de Kakrafún.Los belcerebones producían gran resentimiento e inseguridad entre las razas vecinas por ser una de las civilizaciones más ilustradas, realizadas y, sobre todo, tranquilas de la Galaxia.Como castigo por tal conducta, que se consideraba ofensiva, orgullosa y provocativa, un Tribunal Galáctico les infligió la más cruel de todas las enfermedades sociales: la telepatía. Por consiguiente, con el fin de no emitir el más mínimo pensamiento que les pase por la cabeza a cualquier transeúnte que ande a un radio de siete kilómetros y medio, tienen que hablar muy alto y de manera continua sobre el tiempo, sus penas y pequeñas dolencias, el partido de esta tarde y en lo ruidoso que se ha convertido de pronto Kakrafún.
DOUGLAS ADAMS, El restaurante del fin del mundo