lunes, 27 de enero de 2014

Despiste

Iba en el metro sin recordar qué día era. Parecía un día normal, yo estaba haciendo las cosas que hacía siempre. Nada se salía de lo común. Hasta entonces. Aquel preciso instante en el que se me despertó la atención y no pude si no retozar en el latigazo que le estaba siendo asestado a mi mundana realidad. Esa mañana nada fue igual. Esa mañana todo cambió. Pero solo durante un rato, no vayáis a pensar que la vida de uno cambia así como así sin siquiera planteárselo... No. Fue solo un oasis de distracción reflexiva. Una de esas cosas que te sacan de lugar por un rato y que tiene repercusión los siguientes días, en el sentido de que lo recuerdas y tal vez te haga pensar un par de cosas. Te distrae sucintamente.

Esa mañana una mujer en el metro había perdido su alma. No estaba. No había mucha gente en el vagón. Era domingo. Un domingo que a mi me parecía un jueves poco concurrido. De pronto se levantó tranquila, como quien espera bajar en la siguiente parada, y de pronto, comprobando que no dejaba nada en el asiento, la cartera o el móvil, se giró y puso cara de susto. Se palpó buscando por todos los bolsillos de su abrigo. Volvió a caminar hasta donde había estado sentada, miró debajo, a su al rededor por todas partes, seguía registrando sus bolsillos y se movía inquieta. La gente la observaba sin comprender. Pero yo me di cuenta. Su alma no estaba. No es la típica cosa que compruebas llevar encima cuando sales de casa. Compruebas si llevas el teléfono, la cartera... sobre todo las llaves para poder volver a entrar. Pero el alma era algo que uno no suele dejar olvidado en el perchero. Debía de ser una de esas mujeres que no está muy cómoda con su alma. De esas que no se sienten bien vistiéndola y se la quita en cuanto llega a casa. No debía sentirse cómoda con ella. Tal vez era un alma prestada, o un alma que había adquirido hacía poco y aún no se había adaptado al cambio. No obstante, pese a no estar adaptada a ella, no parecía nada tranquila al saberse fuera de casa sin el alma puesta. La vi bajar corriendo del transporte y cruzar a toda prisa al otro andén, presumiblemente para coger un tren que la llevara de vuelta a casa, a por su alma.

Yo seguí en el metro, camino a donde siempre. Nada había cambiado en mi vida. No me afectaba en absoluto que una pobre mujer hubiera perdido su alma ¿Debería sentirme mal por ello? A quién pretendo engañar... esa mañana yo también había olvidado mi alma. Pero por distintos motivos. Nos estábamos dando un tiempo. Necesitábamos nuestro espacio. Había sido de mutuo acuerdo. Yo necesitaba ver a otras almas, ella a otros cuerpos... enriquecernos individualmente para luego reencontrarnos y aprender de las experiencias adquiridas por el otro. Si. Nos estábamos dando un tiempo. Por eso de andar sin alma creo que pude darme cuenta de lo que le pasaba a aquella mujer. Y para ser sinceros, creo que yo tampoco me sentía demasiado cómodo sin alma. Pero era algo por lo que había decidido pasar. Solo un rato más.