jueves, 31 de octubre de 2013

Asumiendo realidades

Que los caminos estuvieran mal no era ninguna novedad; eso lo daban por hecho, como daban por hecho que en invierno hiciera frío. La gente se quejaba, tomaba sus precauciones y seguía ocupándose de vivir su vida.
El nombre del viento, PATRICK ROTHFUSS

miércoles, 16 de octubre de 2013

El lado divertido

Mientras caminaba de vuelta a casa a buen paso, intenté buscarle el lado divertido a la situación. No fue fácil, y todavía no estoy seguro de haberlo hecho bien,  pero es algo que me gusta hacer cuando las cosas no van bien.
Por que, ¿qué significa decir que las cosas no van bien? ¿Comparado con qué? Puedes decir: comparado con cómo iban las cosas hace un par de horas, o un par de años atrás. Pero ésa no es la cuestión. Si dos coches se lanzan a toda pastilla y sin frenos contra una parece de ladrillos y uno de ellos se empotra contra la pared unos segundos antes que el otro, no puedes dedicar esos segundos a decir que el segundo coche ha salido mejor librado que el primero.
La muerte y el desastre nos acosan cada segundo de nuestras vidas, dispuestos a pillarnos. La mayoría de las veces no lo consiguen. Miles de kilómetros de autopista sin un reventón de una ruda delantera. Centenares de virus que pasan por nuestros cuerpos sin matarnos. Montones de pianos que caen un minuto después de haber pasado, o aunque sea un mes, no significa nada.
Así que, si no tenemos intención ponernos de rodillas y dar gracias cada vez que nos libramos de un desastre, no tiene sentido lamentarse cuando nos pilla. A nosotros, o a cualquiera. Porque no lo comparamos con nada.
En cualquier caso, todos estamos muertos, o no hemos nacido, y todo esto no es más que un sueño.
Vale, ya está. Ése es el lado divertido.
Una noche de perros, HUGH LAURIE 

sábado, 12 de octubre de 2013

No limits

We used to think (the brain) had a limited capacity, like a milk bottle, and that it was impossible to pour two pints of milk into a pint bottle. Now we understand that our brains are capable of making an infinite number of connections; there is no limit to what we can take in.
Professor Tony Cline of Luton University’s Centre for Education Studies

lunes, 7 de octubre de 2013

Las puertas del sufrimiento

Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades.
- La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente se protege de dolor: pasando por la primera puerta.
- La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que "el tiempo todo lo cura" es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta.
- La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad.
- La última puerta es la de la muerte, El último recurso, Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.
 El nombre del viento, PATRICK ROTHFUSS

martes, 1 de octubre de 2013

Paca la vaca.

Se hallaba mi madre, una de aquellas mañanas de otoño que tanto me gusta recordar hoy, al encontrarse tan lejanas en el regodeo de mi nostalgia, ordeñando a Francy, nuestra vaca parda, y no parecía querer parar. Estaba como automatizada. El cubo estaba lleno de leche. Rebosante. La leche llevaba ya un rato derramándose sobre el suelo. Francy parecía haber notado aquello y miraba a mi madre con ojos de preocupación, pero le sabía mal apartarse, como si eso le hubiera hecho notar a mi madre que estaba cometiendo un error, y no quisiera que se sintiera mal por fallar, después de tantas mañanas repitiendo la misma actividad sin un solo titubeo, sin una mancha en todo su historial de blanca leche extraída mediante el manoseo de tetas ajenas. Pero aquello no podía seguir. Francy se percató de que yo estaba observando la escena desde la ventana de la cocina y me suplicó con la mirada que hiciera algo. Yo me quedé paralizado, no sabía que hacer. Mantuve la mirada el mayor tiempo que pude con los terribles ojos suplicantes de nuestra vaca y al final, por no poder aguantar más tiempo, no tuve más remedio que apartar la mirada y salir de la cocina. Me acerqué al granero, en la puerta de la cual se encontraba mi madre, ordeñando a Francy en su incesante manoseo lechoso, rodeada de un charco blanquinoso.

- Mamá. - dije con un hilo de voz.
- Mhh... - dejó escapar mi madre como toda respuesta sin dejar de ordeñar, ni mirarme siquiera.
- ¿Quieres que te traiga otro cubo? - le pregunté descaradamente, no quería hacerle daño, pero tenía que parar o acabaría matando a la vaca. O la vaca la mataría a ella.
- Mhhmhh... - entendí que no.

No sabía que hacer.

- Pero mamá, estás derramando leche sobre el suelo, deberías parar o coger otro cubo. Además, Francy parece estar cansada.
- No me digas como tengo que hacer mi trabajo. Además, esta no es Francy, es Adelaida.

Me quedé tonto. No podía ser Adelaida. No teníamos más vacas y yo estaba seguro de que esta se llamaba Francy. Me acerqué a la cabeza de la vaca, que no dejaba de mirarnos. Efectivamente en la chapita que llevaba del cuello se leía: "Francy". Aquella era Francy, y mi madre estaba muy afectada por algo. Qué diablos, mi madre se había vuelto loca. Tenía que hacer algo. Fuí a casa, cojí un almohadón, regresé y golpeé a mi madre con todas mis fuerzas en plena cara. Cayó redonda al suelo y Francy aprovechó que la habían soltado para marcharse. Mi madre me miró y de pronto se derritió, quedando mezclada con la leche que había derramada por el suelo.
Cogí el cubo lleno de leche y me dirigí a casa. En la puerta, que yo recordaba haber dejado abierta (ya no lo estaba), había una nota:
"Hijo, si estás leyendo esto, probablemente estoy muerta. Ten cuidado con Adelaida. Es una buena vaca, pero no sabe lo que hace."
Dejé el cubo en la mesa del porche y entré en casa. Estaba especialmente oscuro para ser mediodía. Y olía a tabaco. Debía haber alguien en casa. Me puse en alerta y caminé despacio hacia el salón por el pasillo de la derecha. Empujé la puerta que chirrió lentamente hasta dejarme ver a Francy sentada en un sillón. Llevaba un fedora negro entre los cuernos y un traje negro muy elegante. Estaba fumándose uno de los habanos de mi abuelo.

- Te estaba esperando, manzanita mía.
- ¿Francy?
- No, no, no ¡NO! ¡No soy Francy! ¡Maldita sea! Ese ridículo nombre una y otra vez. Me atormenta, me persigue por las noches, no deja de sonar en mi cabeza ¡Mi nombre es Adelaida!

Mi madre trató de advertirme. Y yo no supe escucharla, la maté con la almohada mientras ella solo trataba de protegerme... No sabía que hacer, me quedé atónito. Adelaida sacó lentamente un revolver. Lo seguí con la mirada todo el camino desde su bolsillo hasta una posición cómoda en la que estaba apuntándome. No reaccioné. No supe. No pude. No quise...

Y así fue como morí. O al menos de eso tratan de convencerme los doctores. Matasanos del averno.